El siervo de Dios

Cheste, 1904

In Biografía, Cheste, Infancia on 04/24/2017 at 10:00

Santa Lucia (Cheste)

«Fue la hermosa villa de Cheste la que tuvo la desgracia de verme nacer en la Calle de Santa Lucía nº 7, el 24 de abril de 1904 a las 6 de la mañana…». Así lo contaba el propio José María Haro en unos apuntes de juventud, aunque con una imprecisión en la hora –de lo más justificable–, ya que no fue a horas tan tempranas de la mañana cuando nació, sino algunas más tarde, a las 17:30 h. Seis días después recibió el bautismo de manos de su párroco, apadrinado por Rafael Ibáñez Salvador y Tomasa Tarín Tarín, familiares indirectos suyos.

Poco queda hoy de aquella calle de Santa Lucía de la que hacía memoria Haro en esas líneas de joven estudiante. Acaso solamente el nombre. En todo caso, es hermoso ver cómo pasa la historia de amor que Dios quiere escribir con nosotros por los lugares físicos que nos son queridos, por las calles, los rincones y las plazas en que se teje nuestra vida ordinaria, sin nada aparentemente extraordinario… ¡Nada! Y sin embargo… Algo queda extraordinario impregnado en todos esos lugares, convirtiéndolos –como esa pequeña callejuela chestana– en un eco del amor de Dios y un aldabonazo todavía hoy para nosotros. «Elegit nos in ipso ante mundi constitutionemescribió S. Pablo ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius in caritate» (Ef 1, 4): Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él por el amor.

Nunca olvidó José María su origen familiar humilde y el suelo en que se crió. Era, quizá, uno de los rasgos más sobresalientes de su personalidad: esa profunda chestanía suya, su fidelidad a ese entramado abigarrado de afectos que era para él su pueblo y sus gentes, sus paisajes, sus calles, sus recuerdos. Siempre vivió orgulloso de su cuna, del “lugarico viejo” –como lo llamaban– en que se erguía su casa; de las raíces modestas, aunque dignas, de sus padres, a quienes veneró toda su vida y a quienes gustaba evocar en largos paseos por las callejas de la villa las pocas veces en que sus responsabilidades se lo permitían [1]. Era profundamente chestano, «hasta en el aire…», como decía su amigo, pedagogo y filósofo, Ricardo Marín Ibáñez. Por eso, no faltaba la alusión a su cuna llegada la hora de alguna presentación pública, o en los distintos homenajes de los que se le hizo objeto en vida a causa de sus innumerables responsabilidades civiles, sociales y apostólicas, que desempeñó no solo con un éxito más que notable, sino dando muestras también de una capacidad de trabajo y de una entrega verdaderamente sorprendentes. Siempre que debía hablarse de él, lo primero que se decía: su nacimiento en Cheste. Esa chestanía, cuenta Marín,

«que manifestaba no ya en este haber rezumado en su alma este dinamismo especial de nuestros hombres que trabajan de sol a sol, sino incluso en los aspectos más afectivos y cordiales. […] cuando hablaba con él me avergonzaba porque él conocía algo de lo que define todavía el amor por un pueblo a quien se quiere de veras: las relaciones familiares (fulano, hijo, sobrino, primo de tal)… Con su impresionante memoria me dejaba siempre en ridículo, desconocía siempre cuantos datos me daba… Y él se entretenía en perderse en aquel laberinto de afectos que le estaban hablando siempre de su Cheste»[2].

Solo tras su muerte llegarán a saber algunos hasta qué punto se implicó en la mejora de las condiciones de vida de sus antiguos vecinos; cómo intercedió por sus necesidades sin que nadie absolutamente, salvo los más directamente involucrados, supieran de su intercesión, sus gestiones, su propia búsqueda de recursos, su intervención directa en algunos de sus problemas… En silencio, sin que la mano izquierda supiera de los afanes de la derecha[3]. Sabedor de la confianza que le dispensaban sus paisanos en razón de su cargo, y de cómo ponían en su influencia muchas de sus esperanzas, no pocas veces asumió un papel de auténtico valedor de los asuntos de la villa: desde la construcción a comienzos de los 40 –siendo Presidente de la Junta Provincial de Enseñanza Primaria y Consejero del Servicio Español del Magisterio– del Grupo Escolar, por el que medió en numerosas ocasiones[4], hasta la reforma del riego, ya próxima su muerte, para la mejora de las condiciones de cultivo en tierra de secano como sigue siendo aquélla.

Él mismo se lo confesaba a César Granda, compañero suyo en las filas de la ACdP, en 1961. Después de ponerle al día sobre las dificultades agrícolas de la localidad, pasaba a explicarle un proyecto para la mejora del riego que aunque ya era algo antiguo, todavía no se había incluido en ningún presupuesto público. Por eso, «acuden a mí» –le decía–, necesitados de alguien con buena posición que abogara por sus intereses ante las autoridades públicas y allanara el camino de una burocracia no pocas veces demasiado fría, desalentadora y lenta además, terriblemente lenta. Gentes modestas todas, pequeños propietarios dedicados en su gran mayoría a cultivos de secano –especialmente algarrobo, de escaso beneficio, vid y en cantidad algo menor, olivo– les era muy necesario el riego para sus parcelas de huerta dedicadas al cultivo de cítricos desde la introducción del riego por goteo. Esto era precisamente lo que había que estimular, dotando a la localidad de mejores recursos hídricos. Tarea que correspondía al Ministerio de Obras públicas, para el que trabajaba Granda. «Sé que el Presidente de nuestra Diputación les ha prometido interesarse también», le indicaba Haro en aquella carta; pero, excusaba,

«tiene muchas cosas que pedir un Presidente. ¿Podrías ayudarme un poco? Si se incluyese en este nuevo presupuesto, se haría un bien magnífico a mis paisanos, y a un buen grupo de familias campesinas, y a todo el pueblo. ¿Podrás ayudarme? ¿Podrás orientarme qué debo hacer? Si fuera necesario, incluso pediría permiso para trasladarme algún día a Madrid»[5].

Poco más necesitó… En unas semanas, con fecha del 18 de diciembre de 1961, le escribe en respuesta el Director General de Carreteras y Caminos Vecinales, dependiente del mismo Ministerio, Vicente Mortes, con un mensaje escueto:

«En relación con la gestión que hice respecto a la realización de las obras del proyecto de mejora de riego de Cheste, he de informarle que recibo noticias de la Dirección General de Obras Hidráulicas diciéndome que procurarán su inclusión en el programa de inversiones del año próximo. Celebraré se confirmen estas esperanzas»[6].

Y así fue; unos meses después se confirmaron: una Orden ministerial del cinco de mayo siguiente (1962) aprobó el proyecto modificado del plan de mejora del riego y alimentación de la balsa de Buitrán, con un presupuesto inicial fijado en 2.779.048,57 pts [7].

Hoy, cuando se cumple un nuevo aniversario del nacimiento del Siervo de Dios, es seguro que volverá a acordarse desde el Cielo de su villa natal y de sus gentes. Como entonces, tendrá la mirada puesta en sus callejas, muchas de las cuales frecuentó de niño con un cesto en el brazo, vendiendo los jabones de Viñals Hnos., o correteando como todos, divertido y feliz. Y como siempre, intercederá por ellos, sus vecinos, los descendientes también de sus parientes, por su cura párroco, sucesor de aquel santo mártir, José González Huguet, que tanto le quiso… Ruegue él por todos y cada uno de ellos, por sus dificultades, su desarrollo, por su fidelidad a la fe y a la tierra que recibieron, a la que tanto quiso él y por cuya mejora tanto trabajó, aun secretamente, sin que apenas nadie lo advirtiera.

NOTAS


[1] Cfr. Eliseo Haro Fuertes, 29 de abril de 1969.

[2] Ricardo Marín Ibáñez, “Discurso en el homenaje póstumo a José María Haro en Cheste”, 23 de octubre de 1966.

[3] Cfr. Mt 6, 3.

[4] Vid. Carta de Gonzalo Gálvez, Inspector Central de Enseñanza Primaria, Madrid 23 de septiembre de 1943. Importante debió ser también su contribución a la Biblioteca del centro, a la vista del efusivo agradecimiento que le hizo llegar por escrito el Alcalde de la localidad, Anselmo Balaguer Llopis, el 20 de julio de 1963. Frecuentes fueron también sus gestiones en favor del Colegio de San José de la Montaña, en pie desde 1914, que no siempre contaba con fondos suficientes para el mantenimiento y mejora de sus instalaciones.

[5] Carta a César Granda (s.f.)

[6] Carta de Vicente Mortes, Madrid 18 de diciembre de 1961.

[7] Cfr. BOE, núm. 192, 11 de agosto de 1962, pág. 11356; núm. 203, 24 de agosto de 1962, págs. 12055-12056; núm. 255, 24 de octubre de 1962, págs. 15085-15086.

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