El siervo de Dios

1. Infancia

José María Haro Salvador nació el 24 de abril de 1904 en Cheste, una pequeña localidad agrícola valenciana de apenas seis mil almas por aquel entonces. Seis días después recibió el bautismo de manos de su cura párroco, en la Parroquia de S. Lucas Evangelista, actuando de padrinos Rafael Ibáñez Salvador y Tomasa Tarín Tarín, familiares indirectos, por vía de padre y madre, del neófito.

Eran sus padres humildes labradores, vecinos de aquella localidad por varias generaciones: Francisco Haro Corberán (1874-1940), hijo de Antonio Haro Plans y Florentina Corberán García, y Dolores Salvador Cortés (1875-1944), hija de Gregorio Salvador Campos –ya fallecido en aquel tiempo– y Rosa Cortés Tarín. Del matrimonio nacieron tres hijos: Francisco (1902-1904), el primogénito, fallecido a muy tierna edad al poco de nacer José María, éste mismo y, dos años después, Enrique.

Mujer piadosa y fuerte, con la piedad sencilla de las gentes del campo, Dolores fue un pilar fundamental en la vida religiosa de José María. Por ella fueron arraigando pronto en él el sentido sobrenatural y el amor filial a la Virgen, de la Soledad Gloriosa primero, patrona de Cheste, y de la Madre de Dios de los Desamparados, a la que venerará tiernamente desde su llegada a Valencia en 1917 hasta el final de sus días. Víctima de un cáncer, falleció en su villa natal el día de San José de 1944.

Francisco, en cambio, hombre recio y poco dado a la exteriorización de sus afectos, avanzó en su vida de piedad al paso de su esposa e hijos, por cuya compañía le iría abriendo cada vez un mayor espacio a la manifestación pública de una fe que, de todos modos, nunca le faltó. En este proceso de reconversión –que José María y su madre imploraban frecuentemente– incluso llegaría a incorporarse a la Adoración Nocturna de su pueblo. Tras sufrir un grave accidente en Cheste, fue trasladado a la casa en Valencia del propio José María, donde murió cristianamente el día 3 de septiembre de 1940, sin que los médicos amigos de José María, a quienes recurrió con urgencia, pudieran hacer nada por salvarle.

Nunca olvidó él aquel origen modesto y el suelo que le vio nacer. Era uno de los rasgos más sobresalientes de su personalidad: esa profunda chestanía suya, la fidelidad a lo concreto, a ese entramado abigarrado de afectos que fue siempre para él su pueblo y sus gentes, sus paisajes, sus calles, sus recuerdos. Siempre vivió orgulloso de su cuna, del “lugarico viejo” –como lo llamaban–, perdido ya, en que se erguía su casa, las raíces humildes, pero dignas, de sus padres, a quienes veneró y sirvió toda su vida, y a quienes gustaba evocar en largos paseos por las callejas viejas de su villa natal las pocas veces que sus responsabilidades se lo permitían.


«Cuando alguien tenía que hablar de él, incluso en homenajes nacionales, lo primero que se decía: su nacimiento en Cheste […] su profunda chestanía […] que manifestaba no ya en este haber rezumado en su alma este dinamismo especial de nuestros hombres que trabajan de sol a sol, sino incluso en los aspectos más afectivos y cordiales. […] cuando hablaba con él me avergonzaba porque él conocía algo de lo que define todavía el amor por un pueblo a quien se quiere de veras: las relaciones familiares (fulano, hijo, sobrino, primo de tal)… Con su impresionante memoria me dejaba siempre en ridículo, desconocía siempre cuantos datos me daba… Y él se entretenía en perderse en aquel laberinto de afectos que le estaban hablando siempre de su Cheste»

(Recuerdo de Ricardo Marín Ibáñez, 23 de octubre de 1966)


Solo tras su muerte llegarán a saber algunos hasta qué punto se implicó personalmente en la mejora de las condiciones de vida de sus antiguos vecinos; cómo intercedió por sus necesidades sin que nadie absolutamente, salvo los más directamente involucrados, supieran de su intercesión, sus gestiones, búsqueda de recursos, remedio a algunos de sus problemas. En silencio, sin que la mano izquierda supiera de los afanes de la derecha. Sabedor de la confianza que le dispensaban sus paisanos en razón de su cargo, y de cómo ponían en su influencia muchas de sus esperanzas, no pocas veces asumió un papel de auténtico valedor de los asuntos de la villa, desde la construcción a comienzos de los años 40 –siendo Presidente de la Junta Provincial de Enseñanza Primaria y Consejero del Servicio Español del Magisterio– del Grupo Escolar, por el que medió personalmente en numerosas ocasiones, hasta la reforma del riego, ya próxima su muerte, para la mejora de las condiciones de cultivo en tierra de secano como sigue siendo aquélla.

Los primeros años de infancia de José María discurrieron entre habituales cambios de domicilio: de la pobre y pequeña casa de Santa Lucía (nº 7) en que nació, a la calle que actualmente se llama del Rosario, levantada sobre el antiguo cementerio parroquial. De ahí, casi inmediatamente, a Valencia (1904-1908), a Cheste nuevamente (1908-1916) y, a punto de iniciarse el año 1917, otra vez a Valencia, donde permaneció hasta la terminación de sus estudios universitarios en 1928.


«¿Mi niñez? Según referencias, me crié gordito y a los dos meses me trasladé a Valencia junto con mis padres, apenados por entonces por la muerte de mi hermano Paco. En esta ciudad, bella y hermosa, dos veces sol y de cielo eternamente azul, fue donde mi santa madre dirigió mis primeros pasos. Al año de edad hablaba como Cicerón y corría como un gamo…»

(Apuntes juveniles)


Apenados, en efecto, por la muerte repentina del pequeño, que apenas había cumplido un par de años cuando nació José María, el matrimonio decidió abandonar temporalmente Cheste e instalarse en Valencia, donde el cabeza de familia, con la ayuda de su esposa, pasaría a regentar un modesto despacho de vinos situado en la céntrica Plaza de Mosén Sorell.

Torres de Quart 1915 ca post 29666

Vista de las Torres de Quart, en Guillem de Castro, en torno a 1915. Una imagen cotidiana en la infancia de José María Haro durante su primera estancia en Valencia, muy próxima a su casa entre esa calle y Maldonado
(fuente: Valencia desaparecida)

De todos modos, los ingresos de aquel negocio no permitían a la familia una vida demasiado holgada; ni siquiera en comparación con la que habían dejado atrás en su pueblo natal. Además, el clima de la ciudad, particularmente húmedo, incidía negativamente en la salud de los padres. De modo que no pasaron cuatro años cuando decidieron regresar a Cheste, traspasando aquel pequeño negocio a un familiar, cuñado de Francisco, decidido a probar suerte también en la capital. A cambio, él les alquilaría una casa –»granducha pero vieja«, decía José María– en el llamado Rincón de Haro (C/ del Horno, 7), donde dispondrían de un depósito de jabones de la marca «Viñals Hnos.» de cuya distribución pasaría a encargarse la familia al completo, mientras Francisco retomaba las labores del campo y la distribución de vinagres y vinos por los establecimientos de la comarca y capital. Era el año de 1908.

Dio entonces comienzo a sus estudios elementales; primero en la escuela del maestro Enrique Oliver, luego en la de José Roig y, al fin, trasladado éste de destino, en la de Amadeo Reynés Carróns, que se transformaría muy poco después en una Escuela Moderna, conforme al espíritu libertario de la pedagogía, muy celebrada por aquel entonces, de Francisco Ferrer i Guardia (1859-1909). En realidad, esta transformación no respondía a los ideales intelectuales del maestro, sino a razones más bien prácticas –incluso imperiosas– de carácter económico: seis reales pagaba cada alumno al maestro por sus clases; una cantidad que ni de lejos cubría todas sus necesidades con la dignidad que sin embargo acompañaba al prestigio social de su dedicación. Persuadido por una Junta Escolar de que la transformación de la escuela le proporcionaría mayores ingresos –¡nada menos que cinco pesetas por alumno!– y un mejor itinerario formativo para sus chicos, con cursos de taquigrafía y mecanografía incluidos, D. Amadeo aceptó el cambio, bien que sin asumir por ello el talante anticlerical que aleteaba en el fondo del proyecto. Es cierto: no se hacía mención alguna de Dios o de la cuestión religiosa en ninguno de los libros que empezarían a manejarse en el nuevo rumbo de la escuela. Pero eso, en principio, no era ningún problema: el clima de respeto era absoluto. Tanto, que al propio D. Amadeo le costaría su traslado no mucho después…

En esta escuela destacaron desde muy pronto los talentos naturales de José María, a quien el maestro, sabedor de su precaria situación económica, ofreció sus propios libros para que pudiera preparar sin coste alguno las futuras pruebas de Bachillerato. Se trataba, sin duda, de un generoso ofrecimiento… que, sin embargo, los padres del muchacho se sintieron obligados a rechazar. No pudiendo garantizarle luego la continuación de esos estudios, ¿qué sentido podía tener alimentar en él falsas esperanzas?

A pesar de ello, ni el maestro ni el que por entonces era el cura párroco de S. Lucas, D. José González Huguet (1874-1936) –años después mártir–, abandonaron su propósito de hacer lo humanamente posible por facilitar al joven sus estudios en un entorno adecuado, insistiendo en la necesidad de buscarle alternativas en la capital de modo que sus dotes intelectuales no se malograran. El buen sacerdote, además, temía que el proyecto educativo de la Escuela de D. Amadeo terminase agostando su juvenil religiosidad, de modo que no le faltaban razones, y de mucho peso, que esgrimir ante sus padres en favor de su traslado. Movidos por su consejo, y por las gestiones que él mismo estaba ya realizando en Valencia, Dolores y Francisco resolvieron trasladarse nuevamente a Valencia, donde el joven ingresaría en el Colegio del Sagrado Corazón de los Hermanos Maristas, emplazado por aquel entonces en la céntrica Plaza de Mirasol (actual C/ Poeta Querol). En este Colegio, y pese al retraso de su incorporación (enero de 1917), culminó brillantemente sus estudios de primer ciclo, terminado el cual dio comienzo a los de Comercio.

Escudo Congregación Marista

Aun cuando en atención a sus especiales condiciones económicas el Colegio asumió parte de los gastos de su educación, de los restantes debían hacerse personalmente cargo los padres. Esto suponía para ellos un notable esfuerzo; esfuerzo del que José María Haro era consciente, y buscó por sus propios medios aligerar cooperando en secreto con la economía doméstica… Esto lo haría del siguiente modo…

Como las de Bachillerato, las clases de Comercio terminaban todos los días a las 19:00 h., una hora después de las de Primaria. José María solicitó a la Dirección del Colegio se le permitiera adelantar una hora su salida con el compromiso, eso sí, de recuperar por su cuenta el trabajo de sus compañeros, adelantar en sus demás “tareas” y preparar adecuadamente las lecciones de la jornada siguiente. De este modo, con la autorización correspondiente, el joven regresaba a casa para así, tras merendar, armarse de un canastillo bien cargado de gaseosas, cacahuetes, altramuces, chufas, caramelos… que inmediatamente salía a vender con su hermano Enrique por los cines de la zona. Y así seguían ambos hasta entrada la noche, cuando de regreso a casa daban a sus padres las ganancias de la venta. Éste era el momento en que José María debía cumplir con la palabra dada: después de la cena, ponerse a estudiar y terminar correctamente sus tareas.

Este plan de vida se prolongó durante año y medio, día tras día, desde que se levantaba a las 6:00 h. para ayudar a sus padres en la limpieza de su negocio antes de ir a la Escuela hasta las once o doce de la noche, en que solía recogerse hasta la mañana siguiente. Las consecuencias de semejante ritmo de trabajo en un chico de entre doce y trece años eran previsibles: le originó una gravísima enfermedad que le obligó a dejarlo todo y regresar a Cheste para su recuperación.


“Fue el 24 de abril de 1917 cuando enfermé. Cogiéronme tan fuertes las tifoideas que en pocos días llegué a 41º […] y a que el médico renunciase ya a visitarme. Pero mi madre no desconfió y encomendándose a la Santísima Virgen fuese a buscar a D. Fernando Fornos, que le habían recomendado en el hospital, pero como no le llevasen coche a las 6 de la mañana, no quiso visitarme. ¡Cómo lo he de agradecer!

Pero vino otro cuyo nombre siento no recordar [Dr. Balanzá] para agradecérselo toda mi vida. Me dio dos inyecciones en el vientre y recetó. En adelante, dentro de la gravedad todo fue bien. Llegaron a darme 10 y 12 baños diarios y además me ponían en la cabeza hielo; en el pecho y vientre paños mojados en agua de hielo y en los pies, botellas de agua caliente. Pero aún así, estuve más de 25 días en cama, y 24 sin comer apenas nada. Por fin, el 2 de junio pude levantarme y marchar a Cheste para fortalecerme. Tristes fueron para mí los primeros días, pues todos me preguntaban si no me había muerto. Pero en fin, todo pasó y quedé perfectamente bien”

(Apuntes juveniles)


Su clara inteligencia, «nada común«, a decir de los Maristas, su capacidad de trabajo, su docilidad y notoria vida de piedad, llevaron a las autoridades del Centro a interceder por su incorporación a los estudios superiores. Solicitaron para ello al D. Hernán Cortés, antiguo alumno del Colegio y director por esos años del C.M. del Beato Juan de Ribera (Burjassot), que le permitieran presentarse a las oposiciones que se convocarían para el curso 1918-1919 para ingresar como alumno becario en esa casi recién creada institución, a la que, por carecer de estudios oficiales, en principio no podía solicitar su ingreso. La insistencia de los HH. Maristas y las expectativas que depositaban en el Siervo de Dios, jugaron en su favor. D. Hernán le permitiría concurrir a una de las tres plazas que se convocarían de ingreso. Pero con una doble condición: normalizar su situación académica presentándose al examen oficial de ingreso en Magisterio en el mes de septiembre y, caso de obtener la beca, iniciar sus estudios universitarios mientras completaba como alumno libre su Bachillerato superior.

CM San Juan de Ribera. Vista general

Logrados ambos objetivos con sobrado éxito, José María Haro se incorporaría a aquel Colegio, luego prestigiosísimo, en el mes de octubre de 1918, formando parte de su tercera promoción. Allí coincidiría con algunos de los nombres más representativos de la intelectualidad y cultura valenciana de los siguientes años: el futuro Rector de la Universidad de Valencia José Corts Grau (1905-1995), también, como él, miembro de la ACdP más adelante, el médico humanista Pedro Laín Entralgo (1908-2001), el psiquiatra Juan José López Ibor (1908-1991), el escultor José Estellés Achotegui (1905-1971)


TitBiografia

  1. Infancia y Juventud
  2. Joven apóstol
  3. Esposo y padre de familia
  4. Persecución en tiempos de guerra
  5. Magistrado y hombre de acción
  6. Últimos años y fallecimiento